“EL HOMBRE ACECHA” pintado a Miguel Hernández.
Cuando leí El hombre acecha recordé esta cita: …un libro solitario, como producido por un genio solitario, un libro y un poeta que laboran su propio camino; rechazan los dos –poeta y libro- el oleaje de influencias y permanecen en una rústica isla de soledad, en solitario, gritando roncamente una verdad: el amor abrasado. Pertenece al Balance y Perspectiva que hacía mi padre en su primera publicación sobre la obra del poeta en 1972, titulado Algunas notas sobre “El rayo que no cesa” de Miguel Hernández y que me dedicó cuando yo apenas tenía dos años. Aquella dedicatoria fue como la transmisión del ADN hernandiano, y podría decirse de donde provienen mi interés y mi fascinación por este tremendo poeta.
En El hombre acecha también se grita roncamente una verdad, se grita de dolor ardiente y pasión violenta, sufrimiento y arrebato abrasadores. Y grita la verdad cruel y destructora que entraña el combate bélico, la verdad de los desastres de la guerra. La guerra es una categoría de realidad, de entidad real y humana donde se produce una identificación absoluta, una total conciliación entre la realidad objetiva del pensamiento y la acción del mundo íntimo, de la realidad y de la razón. Así, este libro nace de la colisión entre la realidad objetiva del momento de guerra y el mundo íntimo del que brota la poesía. Con un lenguaje poético desgarrador y nada escrupuloso, armado de contenido humano a pesar de la lucha, en El hombre acecha la poesía se despliega con un hondo intimismo bajo el conflicto del hombre como hombre. La lucha entre el hombre y el animal, el tigre de Canción primera, se va transformando a lo largo del libro y, a la postre, en el último verso, el hombre, el poeta, a la conquista de sí mismo grita: “dejadme la esperanza”. Al fin, el poemario aspira a que los valores poéticos, los esencialmente humanos, determinen la ambición de hacerlos verdaderos.
La dureza conceptual y poética del libro influye enormemente en el resultado de los cuadros, nos ofrece una imaginería de la realidad fragmentada en toda su crueldad. La belleza está muerta en la guerra y así nos lo transmite el poeta. En este punto, es imprescindible reconocer que el Guernica de Picasso fue, más que una referencia formal, un sentimiento estético permanente e ineludible desde el principio. La sincronía entre El hombre acecha y el Guernica es indiscutible y esa fuerza visual del cuadro se siente igual en la lectura del libro y nos confirma, sin duda, la capacidad de las imágenes que proyecta la poesía de Miguel en este poemario. La imagen-huella que es el magistral cuadro de Picasso, con ese toro de España, esas mujeres de resecas y devoradas ubres con sus hijos amenazados, esos desgarradores gritos sordos en la oscuridad y en la frialdad del blanco y negro, no podía sino ser el componente estético primordial para realizar estas pinturas. Pero el libro que quiso publicar Miguel aportaba un detalle estético más. Personalmente propuso para portada del libro utilizar sólo tres colores: blanco para el título del poemario, negro para el nombre del autor y rojo dominando el fondo. Requisito que adopté como condición técnica a la hora de trabajar la pintura: aplicar, tan solo, estos tres pigmentos.
El vigor expresivo de los poemas hace que se muevan imágenes gráficas y palabras al mismo tiempo. En estas pinturas fragmentadas no existe ninguna manera de dotar de sentido a la suma de todos los componentes si no es leyendo el texto, pero he querido hacer pinturas con expresión libre y desenfrenada, sin escrúpulos, pinturas en sí mismas al margen de acompañar o nacer de un poema. Así, la disposición de las imágenes, las palabras, los colores y las formas hacen que toda la obra funcione como un mensaje sintético y unificado, por lo que tampoco puede reducirse a ninguna de sus partes. Tal y como funciona un poema. Son imágenes verbalizadas que evidencian un mensaje específico e intencionado. De este modo, cada pintura, en su fragmentación compleja al tiempo que profundamente simplificada, forma conjuntos en los que los valores de los símbolos acumulados configuran ese mensaje. Estas imá- genes, son como repescadas, como si, desconectadas de nuestra memoria-herencia, no nos pertenecieran y tuvieran que volver a ser descubiertas en una especie de realfabetización mediante la cual la pintura forma un nuevo silabario del mundo. Es una suerte de representación, mediante la pintura, del lenguaje como poesía. Y es así cómo la expresión poética encuentra cobijo en la pintura, en el cuadro, y cómo el objeto de representación se transforma en objeto poético.
Manuel Ruiz-Funes. 2018
PINTURAS
ÓLEO SOBRE LIENZO 116 X 89 cm